
Cuento solidario
María Prieto Vázquez
Esta es la historia de cómo una cocina y los alimentos toman vida propia para ayudar a los más necesitados de la mano de un cocinero solidario y su duendecillo.
Dedicatoria
Dedicado con cariño especial a todos los niños y jóvenes de Aldeas Infantiles SOS. Y a todas las personas que forman esta gran familia, mi admiración.
María Prieto
Esta obra está inspirada en dos grandes cocineros y personas, José Andrés y Karlos Arguiñano.
Un saludo también para ellos desde mi cocina, el lugar donde escribo todos mis cuentos.
Había una vez un país no muy lejano, donde los niños morían de hambre porque eran muy pobres, tan pobres que no tenían nada para comer. Los gobiernos de otras naciones amigas no sabían que hacer para ayudar a sus amigos enfermos por el hambre. Mientras tanto en el país de la abundancia vivía un cocinero humano, que les echó una mano. Se llamaba Baldomero, le ayudaba en sus tareas de cocina un duendecillo llamado Casimiro. Con solo chasquear los dedos y al grito de ¡alehoop!, el duendecillo le ordenaba la cocina, le organizaba sus menús, o le picaba la verdura. Era muy servicial y le hacía todas aquellas tareas tediosas que necesitaba Baldomero.
Baldomero les envió una “legión de soldados verdes”, llenos de vitaminas para crecer sanos, para ello fue necesario hacer una revolución en la cocina.

Le preguntó un día al tomate: ¿tú viajarás para ayudar en el país del hambre?, y el tomate le dijo: ¿y que tendré que hacer?

-tendrás que ir allí y entregar tu vida como suculento alimento para que los niños puedan estar sanos. Tú eres muy sano, les llevarás tu salud.
Entonces le dijo el tomate:
– ¡pero yo no quiero ir solo! Y respondió
el cocinero:
-Reclutaremos también a tu amigo el pimiento. Haréis buena pareja de viaje y los dos sois muy ricos y nutritivos. El pimiento dijo que a tan altruista causa no se podía negar.

y el pimiento que todos los sábados juagaba una partida de naipes con sus amigos, prometió que en su próxima partida hablaría con ellos, y con los garbanzos para llevarlos al lugar de la pobreza y alimentar las bocas de las criaturas hambrientas,

Entonces la cebolla se dirigió a Baldomero y le dijo:
¡Yo también quiero ayudar!, ¿o sólo valgo para tus ollas?

Y Baldomero le contestó: ¡muy bien, contamos contigo!, serás la avanzadilla junto con el tomate y el pimiento, y serás la base de todos los guisos.
Y dijo la barra de pan:

¿y cómo van a comer sin pan?, yo también ayudaré, llenaré sus barriguitas y recuperarán así la sonrisa, todos los padres podrán dar a sus hijos trocitos de pan como gesto de amor por ellos.
Mientras tanto las naranjas hablaban con las manzanas

y se decían a sí mismas que semejante fuente de vitaminas no se puede desestimar. Y el plátano dijo:

yo también ayudaré, soy el vecino más cercano y a los niños les gustan mucho los plátanos por su dulce y agradable sabor, y soy muy energético, los niños recuperarán sus fuerzas para ir al colegio, y para ayudar en casa y poder jugar.
Todas estas frutas y verduras prepararon un plan con Casimiro para enviar un mensaje a todo el mercado. El duendecillo iría en la cesta de la compra con el cocinero y reclutaría así a las demás frutas. Y así fue como se pusieron en contacto con mandarinas, peras, nueces, avellanas. Estas últimas pensaron que podían ser muy útiles porque tienen buena resistencia y alimentan mucho, y así podrían quedarse por mucho tiempo, pues no corrían el riesgo de perecer fácilmente.
El cocinero viendo que los alimentos estaban de su parte y les parecía bien aquel proyecto solidario, pensó que quizás su amigo el granjero le podría proporcionar algo de leche para que las criaturas pudieran crecer fuertes y sanas y tener un buen desarrollo. Y así fue, el granjero que también era hombre de principios, proporcionó abundante leche para los niños hambrientos.

El cocinero entonces dijo al duendecillo: ¡Casimiro!, necesitamos tu inestimable ayuda para transportar a todos los alimentos y también a mí al país de la hambruna. Y chasqueando los dedos pronunció su ¡alehoop!, entonces una nube de estrellitas de colores brillantes los envolvió y aparecieron ipso facto en su lugar de destino.

Allí se alojaron en casa de una pobre familia que muy contentos de verlos a ellos con tanta ayuda les acogieron y les dieron la bienvenida.
Cada vez que necesitaban recursos Baldomero invocaba al duendecillo, y chasqueando los dedos se trasladaba de un sitio a otro en una nube de polvo de estrellas de colores sin problemas y con absoluta prontitud.
Y esta ha sido la historia de Baldomero y su duendecillo Casimiro y de cómo hicieron una revolución en la cocina para ayudar a los más necesitados. Todos estos buenos amigos están esperando a que tú, querido lector, te animes también a ayudar en vez de quedarte tranquilamente sentado en tu sofá. Esto es solo un cuento, pero tantas veces la realidad supera a la ficción, tanto en crudeza como en solidaridad.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
FIN